BRAC y el modelo de graduación que todos queremos copiar
- Andrés Gómez

- Jul 10
- 6 min read
Updated: Oct 22

Casos de estudio | Organizaciones exitosas
Hace unos años conocí en Boston a Richard Cash, médico de Harvard y uno de los pioneros de la terapia de rehidratación oral. Me habló con familiaridad de su casa en Villa de Leyva y de su paso por BRAC Ultra-Poor Graduation Initiative, una ONG que yo no conocía. Al buscarlo en Google descubrí que su solución (agua con azúcar y sal) había salvado decenas de millones de vidas, muchas de ellas por diarrea causada por agua contaminada. Ahí entendí que su trabajo no era menor. Y que si él hablaba con respeto de BRAC, valía la pena estudiarla.
BRAC es, de hecho, la ONG más grande del mundo. Nació en Bangladesh y opera en 17 países. Su programa más conocido, el modelo de Graduation, ha sido adoptado por gobiernos, evaluado con rigor y replicado en más de 40 países. Es uno de los pocos modelos sociales que combina escala, evidencia y transformación real.
¿Qué hace diferente el modelo 360 de BRAC?
Lo que BRAC diseñó con su programa de Graduation no fue simplemente una estrategia de superación de la pobreza, sino una arquitectura de salida. Una hoja de ruta con etapas concretas para ayudar a personas en pobreza extrema a construir las condiciones mínimas para una vida estable. El modelo nació en Bangladesh en 2002, tras décadas de trabajo comunitario. Fue diseñado por el equipo de BRAC liderado por Sir Fazle Hasan Abed (fundador de la organización) y desarrollado a partir de la intuición que tenía el equipo de campo: que los enfoques puntuales no bastaban. Que dar una vaca sin acompañamiento llevaba al fracaso. Que entregar un microcrédito a quien no tiene qué comer genera deuda, no desarrollo. Que la pobreza extrema es un conjunto de trampas interconectadas, no una sola carencia aislada.
A partir de esa visión nació el modelo de Graduation. Un modelo explícitamente pensado para personas que no tienen activos, ni ingresos estables, ni red de apoyo, ni salud, ni confianza en sí mismas. Personas que sobreviven día a día y para quienes cualquier shock (una enfermedad, una lluvia fuerte, una subida en el precio del arroz) puede significar el colapso total. El modelo combina seis dimensiones fundamentales, implementadas en paralelo durante 24 meses:
Primero, una transferencia de activos productivos. Puede ser una cabra, un lote de gallinas, semillas y herramientas de agricultura, una máquina de coser o un pequeño carrito de ventas. No es una donación cualquiera: es un activo acompañado de una estrategia para que genere ingresos reales y sostenibles.
Segundo, un subsidio de consumo temporal. Durante los primeros meses, las personas reciben una transferencia regular que les permite cubrir necesidades básicas mientras el activo empieza a producir. El objetivo es simple: evitar que tengan que vender el activo ante el primer imprevisto.
Tercero, formación técnica y acompañamiento. Cada persona recibe entrenamiento en el uso del activo y es visitada regularmente —en algunos casos semanalmente— por una mentora comunitaria. Esa mentora no solo da seguimiento técnico, también hace acompañamiento emocional, resuelve cuellos de botella y ayuda a mantener el foco.
Cuarto, acceso básico a salud. Ya sea a través de un seguro, un fondo comunitario, derivación a servicios públicos o provisión directa, el modelo incluye mecanismos para que una enfermedad no se convierta en una catástrofe. En muchos casos, las mentoras ayudan a gestionar trámites o a entender indicaciones médicas.
Quinto, ahorro obligatorio. Las personas deben ahorrar una pequeña cantidad regularmente. A veces en mecanismos formales, otras en fondos comunitarios. El punto no es acumular riqueza, sino construir el hábito y tener un pequeño colchón para el futuro.
Y sexto, integración social. En varios programas se incluyen actividades comunitarias, grupos de apoyo, reuniones colectivas, sesiones sobre autoestima, derechos y agencia personal. Esto busca romper el aislamiento y reforzar la idea de que salir adelante no es solo una posibilidad, sino una expectativa realista.
Todo esto ocurre como parte de una secuencia diseñada. No es una bolsa de intervenciones, es un proceso estructurado. Por eso se le llama un modelo 360: porque aborda la pobreza desde todas las dimensiones críticas al mismo tiempo, de manera coordinada.
¿Funciona el modelo? Evidencia en seis países
En 2015, Esther Duflo, Abhijit Banerjee y un equipo de investigadores de IPA y el MIT publicaron en Science los resultados de una evaluació. Analizaron el impacto del modelo de Graduation en más de 21.000 hogares de seis países: Etiopía, Ghana, Honduras, India, Pakistán y Perú. El estudio siguió a los participantes durante 24 meses de implementación y al menos 12 meses después de haber terminado el acompañamiento.
**Mira el paper en Science: 🔗 https://www.science.org/doi/10.1126/science.1260799
Los resultados fueron consistentes y positivos en cinco de los seis países. En general, el programa aumentó el ingreso laboral, el consumo de alimentos, el valor de los activos, el ahorro y la salud psicológica. También redujo los días con hambre y mejoró el bienestar subjetivo.El resultado más importante es que esos efectos persistían incluso un año después de que el programa terminara. Es decir: no era solo un alivio temporal, era una transformación de trayectoria.
En India, por ejemplo, el retorno económico fue de 433 %. Por cada dólar invertido, las familias beneficiarias generaron más de cuatro dólares en valor económico acumulado en tres años. En Etiopía y Pakistán los resultados fueron igual de sólidos, con impactos sostenidos en activos, seguridad alimentaria y estabilidad económica. El modelo demostró que no solo era efectivo, sino que era rentable.
Pero el caso de Honduras y, en menor medida, Perú, mostró matices importantes. En Honduras, el programa fue implementado por una organización que tenía experiencia en salud, pero poca trayectoria en generación de ingresos. Se mantuvieron componentes como el acompañamiento y el ahorro, pero el activo productivo asignado —en muchos casos aves o maquinaria para pequeños negocios— no generó ingresos sostenibles. En parte, porque los mercados locales no absorbían fácilmente esos productos. En parte, porque no hubo un ecosistema de apoyo técnico suficiente. El resultado fue que, aunque hubo mejoras modestas en bienestar y autoestima, no se observaron aumentos sostenidos en ingreso o consumo. En otras palabras: sin ingresos nuevos, el resto del modelo pierde tracción.
En Perú, algo similar ocurrió con el componente de salud. Si bien el acompañamiento fue constante, y los activos se entregaron con éxito, el acceso a servicios de salud pública seguía siendo muy limitado en algunas zonas rurales, y el programa no tenía la capacidad de cubrir esa brecha directamente. Eso generó tensiones: cuando una persona enfermaba o debía cuidar a alguien, no podía continuar con el negocio o el proceso de ahorro, y todo el modelo se desbalanceaba. El resultado fue menos sólido que en otros países, aunque aún positivo en términos de empoderamiento y autoestima.
Estas diferencias muestran un punto central: el modelo de Graduation funciona como un sistema. Cuando uno de sus componentes clave no se implementa bien —como el activo productivo o la salud— los resultados globales se deterioran. Pero cuando se logra mantener la integridad del enfoque 360, incluso en condiciones difíciles, los impactos pueden ser duraderos y significativos.
**Video: Social Protection for Economic Inclusion: Adapting the Graduation Approach in Asia and the Pacific
¿Qué implicaciones tiene esto para América Latina?
En América Latina hablamos mucho de pobreza multidimensional, pero intervenimos como si los problemas fueran independientes. Tenemos subsidios, cursos de formación, microcréditos, programas de salud comunitaria… pero casi nunca están coordinados entre sí. Cada cosa avanza por su lado. Eso hace que muchas personas den un paso adelante y luego retrocedan dos. Ya lo vimos con el COVID-19: los avances en superación de los últimos 10 años se evaporaron. Si la capacitación no viene con ingresos, no se puede aprovechar. Si hay subsidio pero no hay salud, se va en medicinas. Si hay crédito pero no hay acompañamiento, se cae en deuda.
Replicar el modelo de BRAC tal como está diseñado sería complejo. Requiere recursos sostenidos, presencia territorial, monitoreo y capacidades institucionales que pocas organizaciones tienen. Pero eso no significa que no podamos construir algo parecido. Una versión propia. Adaptada a los retos de nuestra región. Financiada con el capital catalítico de la filantropía corporativa. Diseñada desde el inicio para ser evaluada. Y pensada no como un programa, sino como una prueba de concepto para demostrarle al Estado que es posible sacar personas de la pobreza extrema con una intervención integral y temporal. Algo que no reparta bienes, sino que cree trayectorias hacie el bienestar sostenido. Tenemos buenas universidades, talento en evaluación, organizaciones con presencia territorial y capacidad de innovación. Lo que falta es alinear todo eso en un proyecto ambicioso. Uno que en vez de quedarse corto, apueste a fondo por cambiar vidas.
Uno de los proyectos más ambisiosos de OnceOnce es ayudar a crear un programa de graduación. Ayúdanos a construir ese sueño!



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