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Diseñando un programa de cohesión social desde cero

  • Writer: Andrés Gómez
    Andrés Gómez
  • Jul 16
  • 2 min read

Updated: Jul 17

En contextos de migración masiva, la convivencia entre personas migrantes y comunidades de acogida no es un hecho dado: es un proceso que requiere diseño, intención y evidencia. En este proyecto no solo evaluamos una intervención social: la diseñamos desde cero, guiados por la ciencia social más sólida disponible, con un objetivo ambicioso: fortalecer la cohesión social entre colombianos y venezolanos en Soacha, Cundinamarca.


El diseño: de la teoría a la práctica

Nuestro punto de partida fue la teoría del contacto intergrupal, desarrollada por Gordon Allport en 1954. Según esta teoría, los prejuicios pueden reducirse si se generan interacciones entre grupos que cumplan ciertas condiciones: igualdad de estatus, objetivos comunes, cooperación genuina y respaldo institucional. Nos propusimos crear un entorno que propiciara este tipo de interacciones, no solo una vez, sino con suficiente frecuencia y calidad como para activar los mecanismos que producen confianza, empatía y sentido de comunidad.


Cada componente del programa fue diseñado intencionalmente para generar encuentros significativos entre personas migrantes venezolanas y comunidades de acogida colombianas. No se trataba de sumar actividades, sino de crear espacios de interacción transformadora: donde las personas pudieran conocerse, colaborar y verse mutuamente como parte de una comunidad compartida.


La medición: sofisticación metodológica con impacto real

Para saber si la intervención estaba funcionando, implementamos una evaluación aleatorizada con control, combinada con herramientas avanzadas de análisis de redes sociales. Organizamos una muestra de más de 320 personas en 80 grupos, con asignación aleatoria tanto a niveles de exposición (50% vs. 25% de participación activa) como a la participación individual dentro de cada grupo.


Esta metodología nos permitió estimar efectos directos e indirectos: no solo medimos lo que ocurría en quienes participaron activamente, sino también cómo esos efectos se propagaban a sus círculos sociales. Mapeamos redes de amistad, colaboración y confianza para entender si la cohesión social realmente se estaba fortaleciendo.


¿Qué encontramos?

El diagnóstico inicial fue claro: la cohesión social era baja. Había desconfianza entre grupos, relaciones escasas y una marcada segregación según nacionalidad, educación e ingresos. Las personas migrantes confiaban más en las comunidades de acogida que viceversa, lo que subrayó la necesidad de trabajar de forma más decidida en las percepciones que tienen los colombianos sobre la migración.


La intervención, sin embargo, mostró un potencial real para revertir estas dinámicas. Vimos señales de cambio en las actitudes, interacciones y apertura entre grupos. También identificamos que, aunque había una alta disposición a asumir responsabilidad por los problemas comunitarios, esto no se traducía automáticamente en participación cívica, una brecha que puede ser cerrada con mejores mecanismos de involucramiento.


¿Qué aprendimos?

Que la cohesión social se puede construir, pero requiere encuentros frecuentes, significativos y bien estructurados. Que los prejuicios se reducen cuando las personas cooperan, no cuando simplemente coexisten. Y que el impacto de una intervención no se limita a sus participantes directos, sino que puede extenderse por las redes sociales si se diseña con inteligencia relacional.


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¿Tu organización quiere diseñar una intervención con base en evidencia? ¿Te interesa medir impacto más allá de los formularios? En Once Once combinamos diseño de programas y evaluación avanzada para maximizar impacto social. Escríbenos.



 
 
 
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