Teoría de contacto para la cohesión social
En el marco del fenómeno migratorio reciente, la convivencia entre migrantes y comunidades de acogida es un reto: es un proceso que requiere diseño, experimentación y monitoreo. En este proyecto diseñamos una intervención social encaminada a fortalecer la cohesión social entre colombianos y venezolanos en Soacha, Cundinamarca.

Reto:
La empatía no viaja tan rápido como el miedo
Diseño:
Teoría de contacto
Medición:
Social Network Analysis
Descubrimientos: Confianza diferenciada
Aprendizajes:
Sin teoría no hay buena práctica
Límites:
Otras teorías del contacto
La migración es uno de los problemas más graves de los últimos tiempos. El fenómeno encapsula varias de las grandes privaciones humanas en una sola persona o familia: pobreza monetaria, enfermedades infecciosas, salud mental, retraso académico, crianza agresiva y discriminación. Razonablemente, los cooperantes internacionales han puesto su atención en el fenómeno. En este caso, nos buscaron para diseñar y medir una estrategia de cohesión social que permitiera garantizar la convivencia pacífica de migrantes y poblaciones de acogida en Soacha, Cundinamarca. Nuestro reto fue encontrar un marco teórico que modelara los comportamientos individuales en estas situaciones y propusiera caminos de acción específicos que, partiendo de intervenciones individuales, lograra efectos en red, de tal manera que la intervención en unos pocos pudiera tener desenlaces positivos en miles.
Nuestro punto de partida fue la teoría del contacto intergrupal, desarrollada por Gordon Allport en 1954. Según esta teoría, los prejuicios pueden reducirse si se generan interacciones entre grupos que cumplan ciertas condiciones: igualdad de estatus, objetivos comunes, cooperación genuina y respaldo institucional. Nos propusimos crear un entorno que propiciara este tipo de interacciones, no solo una vez, sino con suficiente frecuencia y calidad como para activar los mecanismos que producen confianza, empatía y sentido de comunidad.
Cada componente del programa fue diseñado intencionalmente para generar encuentros significativos entre personas migrantes venezolanas y comunidades de acogida colombianas. No se trataba de sumar actividades, sino de crear espacios de interacción transformadora: donde las personas pudieran conocerse, colaborar y verse mutuamente como parte de una comunidad compartida.
Para saber si la intervención estaba funcionando, implementamos una evaluación aleatorizada con control, combinada con herramientas avanzadas de análisis de redes sociales. Organizamos una muestra de más de 320 personas en 80 grupos, con asignación aleatoria tanto a niveles de exposición (50% vs. 25% de participación activa) como a la participación individual dentro de cada grupo.
Esta metodología nos permitió estimar efectos directos e indirectos: no solo medimos lo que ocurría en quienes participaron activamente, sino también cómo esos efectos se propagaban a sus círculos sociales. Mapeamos redes de amistad, colaboración y confianza para entender si la cohesión social realmente se estaba fortaleciendo.
El diagnóstico inicial fue claro: la cohesión social era baja. Había desconfianza entre grupos, relaciones escasas y una marcada segregación según nacionalidad, educación e ingresos. Las personas migrantes confiaban más en las comunidades de acogida que viceversa, lo que subrayó la necesidad de trabajar de forma más decidida en las percepciones que tienen los colombianos sobre la migración.
La intervención, sin embargo, mostró un potencial real para revertir estas dinámicas. Vimos señales de cambio en las actitudes, interacciones y apertura entre grupos. También identificamos que, aunque había una alta disposición a asumir responsabilidad por los problemas comunitarios, esto no se traducía automáticamente en participación cívica, una brecha que puede ser cerrada con mejores mecanismos de involucramiento.
La cohesión social se puede construir, pero requiere encuentros frecuentes, significativos y bien estructurados. Los prejuicios se reducen cuando las personas cooperan, no cuando simplemente coexisten. El impacto de una intervención no se limita a sus participantes directos, sino que puede extenderse por las redes sociales si se diseña con inteligencia relacional.
Aparte de esto, aprendimos que las organizaciones de base tienen enorme capital relacional en sus zonas de influencia, y que es gracias a ellas que es posible desplegar una intervención de este tipo. Al mismo tiempo, confirmamos que falta un trabajo conjunto entre diseñadores de programas y socios implementadores, para que la influencia local de los últimos se beneficie de los diseños basados en evidencia de los primeros. Sin esto, estamos gastando mucha energía (tiempo y dinero) en programas que tienen algo de intuición pero baja probabilidad de éxito.
En su momento no pensamos en aumentar la cohesión social a través de la estrategia de storytelling basada en evidencia, como lo ha hecho la economista Stefanie Stantcheva recientemente en temas de impuestos y migración. Esto hubiera sido muy interesante para saber cuál es la disposición de las comunidades de acogida a oír argumentos científicos (p.ej. que no hay pruebas de que incluso entradas grandes de migración poco calificada depriman sustancialmente salarios nativos o destruyan empleo a nivel agregado) y actuar de acuerdo con esta información. Esto nos hubiera permitido reflexionar sobre un elemento que no abordamos: las formas en que se distribuye esta información para buscar máxima receptividad y adherencia a los argumentos. Esta es un área donde la psicología y los expertos del mercadeo tienen mucho que enseñarle a otras disciplinas.
